Alceu Ribeiro: El Parecido a sí mismo

(Uruguay, 1919 - Palma, 2013)

Los primeros años de la vida de este pintor transcurrieron en el campo, en algún lugar alejado de la civilización, en una zona del Uruguay fronteriza con Brasil. Se recuerda a sí mismo y a su hermano dibujando las gallinas, los perros, los conejos y las vacas de la granja en la que trabajaban sus padres, fuera del tiempo, en un lugar sin límites.

Allí habría transcurrido probablemente toda su vida si no hubiera sido por la visita a la finca de un juez de paz, que se quedó asombrado por la habilidad innata de los dos hermanos para el dibujo y gestionó su traslado a la capital y la concesión de becas para seguir los estudios de Bellas Artes.

Aquí hay que recordar la figura de un gran pintor, Torres García, uruguayo que residió durante muchos años en Barcelona, y volvió después a su país para dedicarse a la docencia.

Sus mumerosos tratados, su teoría del constructivismo, sus deseos de verter en el alumnado lo que él había aprendido de los grandes maestros y de su propia experiencia, le convirtieron en un maestro sin el cual sería difícil explicar la incorporación de toda una generación de pintores uruguayos al arte moderno. En el Uruguay se habla de antes y después de Torres García, con quien Alceu Ribeiro estudió durante diez años y cuyas figura y personalidad recuerda con una veneración sin sombras. «Era un hombre de una gran generosidad y uno de los grandes maestros de nuestro siglo. Picasso, Miró y Torres Garcia, sobre todo, este último, por su labor docente. Sin él difícilmente podríamos hablar de una pintura uruguaya moderna».
Al final de cada razonamiento del pintor siempre aparece Torres García, una frase suya, una observación, una enseñanza. Que toda pintura de verdad es pintura abstracta lo aprendió de Torres García, y es así porque una obra figurativa no copia la realidad, sino que elige de la realidad unas referencias que suscitan una impresión de realidad. Velázquez es un gran pintor abstracto, sobre todo en sus últimas obras. Y no hablemos de Goya. Toda pintura que merezca este nombre es abstracta. Después, será o no figurativa».

El arte es lo contrario del caos.

De Torres García heredó su amor por la enseñanza, a la que se dedicó profesionalmente en la Universidad del Trabajo, de Montevideo, durante muchos años, y a la que se dedica ahora en su taller de Palma. «Es verdad que me roba mucho tiempo, pero en cierta manera es un tiempo muy bien aprovechado, porque te exige un alto nivel de disciplina intelectual: obliga a concretar lo que se quiere transmitir, y son los mismos alumnos los que con frecuencia plantean los problemas más difíciles, es decir, los más estimulantes. El enseñante debe limitarse, de todas formas, a transmitir sus conocimientos del oficio, para que, después, el alumno, ya en posesión de esta herramienta fundamental, pueda desarrollar su propia personalidad. Sin oficio es casi un milagro que surja una obra de arte apreciable. Y el oficio enseña, sobre todo, a organizar el cuadro: una superficie sin organizar nunca puede ser trascendente. Torres García hizo suya una frase de Bracque, que decía que la regla debe corregir la emoción; y otra de Stravinsky, que proclamaba que el arte es lo contrario del caos. Las grandes obras de la historia del arte están perfectamente organizadas, nada en ellas es gratuito». Disciplina, pues, y trabajo, con conocimiento del oficio. Una obra de Ribeiro, cualquiera, sigue estas leyes fundamentales. Se apoya en un primer boceto «que no es exactamente un boceto, sino un documento previo, que suele ser de carácter naturalista. De la reflexión sobre este documento nacerá una primera idea de lo que debe ser el cuadro, de sus posibles maneras de organizarse, que son sólo tres: proyectando las formas sobre el fondo, yuxtapuestas o superpuestas. Hay un estudio previo del color…, y ya tengo el punto de arranque. A partir de ahí, se es artista o no. Hasta ahora quien había trabajado era el artesano. Ahora es el artista quien debe iniciar su trabajo, porque si todos los trabajos previos se resuelven en una obra muy bien hecha, pero incapaz de transmitir al espectador una emoción, de hacerle sentir un placer estético, todo el trabajo ha sido inútil».

Y de Torres García he- redó también influencias visibles en su obra, en la que también han dejado huellas Picasso, Bracque, Matisse: todo un con- junto de maneras que finalmente se resuelven en un estilo propio, un estilo «que es la misma personalidad de cada pintor, y que, si, en cierta manera es una fatalidad». El, a sus sesenticinco años, se considera un aprendiz de pintor, y a veces «me permito a mí mismo un instante de vanidad y miro mis obras con la creencia de que algunas de ellas ya se parecen un poco a mi mismo».
Alceu Ribeiro vive desde hace seis años en Mallorca. Asegura encontrarse bien en la isla y poder resistir con templanza los irregulares embates de la nostalgia de su tierra. Su taller recibe la luz de un patio alcoveriano, un jardín desolado con un «brollador eixut». Si no se ha integrado más en la isla ha sido por su retraimiento, no a causa de ningún tipo de rechazo de los mallorquines: sería insólito que un hombre como Alceu Ribeiro, que no se inventa un pasado glorioso ni se sale de los principios de una modestia franciscana, fuera objeto de rechazo.
No ha prodigado la presencia de su obra en nuestras galerías. Estos días, sin embargo, el espectador tiene la oportunidad de contemplar una gran exposición de Ribeiro en la «Bearn», la oportunidad de tomar contacto con un artista que da una auténtica exhibición de dominio del oficio y es asimismo capaz de de transmitir esa emoción más allá de las reglas. Componen la exposición un conjunto de maderas «cuya elaboración ha sido una experiencia muy interesante. Muy interesante para mí, ya que la pintura exige una descarga muy concentrada de la tensión: es un trabajo de poco tiempo. La madera es más lenta y más imprevisible. Cuando la has cortado y compuesto en la superficie que la soporta, no es nada, todavía, o es simplemente una madera que no transmite nada. Para que diga algo has de trabajarla, hacerla sufrir, y pintarla encima de forma que el color no arruine la sensación de volumen, Todo este proceso exige una tensión muy dosificada a lo largo del tiempo. Quiero decir que sin el oficio sería imposible construir estas obras, pero que lo que queda de ellas, al final, no es su factura, sino lo que transmiten».

Text: Guillem Frontera, Diario de Baleares 26 de Mayo de 1985