IN MEMORIAM
DANIEL CODORNIU ALOY

Presentar al pintor Daniel Codorniu es presentar la obra de un maestro. Y Daniel Codorniu era un maestro de la pintura, sus marinas eran proverbiales, pues alcanzó ese sello de personalidad que solo otorgan la inspiración y el trabajo ejercido como vocación profesional.

La pintura de Daniel Codorniu es un refinado presente estético para la contemplación y un motivo para la meditación artística. Con la obra realizada y el paso de los años, Codorniu depuró su estilo, desde conceptos impresionistas y efectos decorativistas hasta llegar a la esencialidad de una plasticidad propia, luminosa y colorista, diáfanas entonaciones, perfectamente construidas sobre un profundo dominio de la forma. 

Así, la obra de Daniel Codorniu, brillante y firme, está ajustada en cada uno de los planos de la composición. Sólida y airosa, a la vez, la pintura de Codorniu, por formación cultural y signo temperamental, es el maduro exponente de una sensibilidad mediterránea.

Una de las cualidades de la pintura de Daniel Codorniu es su frescura, su espontaneidad, pero no se debe olvidar que, bajo esta sabia espontaneidad, hay un largo y disciplinado aprendizaje. Años, vivencias, que venían desde la juvenil vocación y el tiempo de estudio académico.

Por eso, un golpe de pincel de Daniel Codorniu es un compendio de experiencias, un resumen de tentativas, una concreción de sentimiento y de oficio. Cada pincelada registra un pasado, biografía del pintor, técnica y alma. 

Daniel Codorniu era consciente de la importancia del encuadre del argumento pictórico que deseaba plasmar. Por eso nunca dispersó el tema central en la composición. Al contrario, analizando las disposiciones de los elementos integradores, se comprueba que, en el cuadro, hay una decidida intención condensadora, centrípeta, que absorbe la atención contemplativa. Son los vectores de una pasión contenida, de un virtuosismo controlado. El tiempo, el paso del tiempo, es una presencia constante en la pintura de Daniel Codorniu, él sabía que las obras varían cuando cambia la luz. Sabe que hay gradaciones de color a medida que la luz crece o disminuye y sabe que las perspectivas se resuelven por escalas de tonalidad y efectos de contraluz. Hay una gama de definiciones y flexibilidades en la poética compositiva de las partes hacia el todo. Por razones sensibles e intelectuales, Daniel Codorniu se hacía un punto receptivo y, por embrujo de un viejo conocimiento, convocaba los colores, llamaba la luz y los retenía, un instante breve y mágico, para devolverlos, en una pauta personal, sobre el lienzo, convirtiendo el paisaje en una recreación única, íntegra, densa y equilibrada.

Daniel Codorniu, que era voluntarioso y tímido, poseía una fuerza consustancial en el empaste y una joya vivencial en el colorido. Del amor a la naturaleza, buscando sus secretos pictóricos, las intimidades sugerentes, Codorniu hizo una continua sinfonía plástica. Mirar y volver a mirar, dentro de la precisión de las formas concretas, en la pintura de Codorniu hay un inventario de formas insinuadas. Y se adivina un aire de calidez colorística entre los volúmenes dominantes. Y es que Daniel Codorniu sabía que el paisaje solo se puede interpretar desde la observación y la sensibilidad.

Amante del mar latino y homérico, Daniel Codorniu pintaba con reverencia emocional el agua azul, el agua marina desde los ángulos de la cálida tierra donde verdes vegetales o siluetas de barcas confesaban plurales relaciones cromáticas entre el espejo del mar y el rayo de luz. Así, tanto la orilla baja y confiada de Cala Figuera como el altivo acantilado de la Cala de Sant Vicenç son temáticas muy queridas por Daniel Codorniu. A veces, el resplandor de la luz o su sedosa planicie intensifican la rima, el ritmo, de la perspectiva marina. A veces, la pura blancura de las barcas, ondeando en silencio, es una referencia de horizontes salinos o de rincones dormidos. Gran panorámica o primer plano, el hechizo de la marina es constante en los cuadros que, en variado formato, realizaba Daniel Codorniu.

Como pintor, Codorniu se adentraba en la complejidad paisajística de la Albufera poblera con ojos nuevos y mirada asombrada. Descubrió la exuberancia misteriosa, la densidad húmeda y la coloración sensual del paraje de la Albufera. Y, del sereno perfil del «Puente de Hierro» y del lujoso cromatismo del «Gran Canal», Daniel Codorniu captó las esencias acuosas y el aire dulcificado, las sombras rajadas de los árboles y los reflejos luminosos de la acequia. Laberinto de hojas y ramas con transparencias enmarañadas, verticalidad flameante de las palmeras, horizontalidad fugaz del agua. La Albufera, fascinante como panorama, cautivó el pincel de Daniel Codorniu y derramó su experiencia en notables cuadros en esta exposición, casi antológica.

Con la cuidadosa realización estilística, propia de su carácter, Daniel Codorniu dominaba todas las técnicas pictóricas: lápiz, tinta, acuarela, óleo y, en cada una de estas modalidades, obtenía los mejores resultados, y en gran número, están presentes en esta exposición. La exposición de un Maestro.

Alexandre Ballester 

Diciembre de 1992