IBIZA, AL NATURAL.
IGNACIO GIL: LA SUERTE DE UN PINTOR GENIAL
110 ANIVERSARIO 1913-2023

Ignacio Gil Sala (Barcelona 1913-2003) fue un hombre con suerte, como reconoció él mismo en distintas entrevistas. Su vida no fue precisamente un mar en calma, pero salió siempre airoso de las adversidades que se le cruzaron en el camino. Nació en el seno de una familia catalana acomodada. Su padre era un empresario con una gran sensibilidad artística que no llegó a desarrollar. Cuando falleció, nuestro artista solo contaba con nueve años y debido al descalabro económico que supuso la pérdida paterna, Ignacio Gil tuvo que ponerse a trabajar; cómo aprendiz de taller, chico de los recados, conserje,..con igual fortuna en sus trabajos, ya que era despedido de todos ellos porque invertía buena parte del tiempo dibujando.

diecisiete años ingresó en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, y en un sólo año completó cuatro cursos de dibujo artístico, ganando la medalla de Plata de aquél mismo año, con sobresaliente en todas las asignaturas. Al finalizar Bellas Artes, ganó la beca fin de carrera para estudiar y realizar copias durante seis meses en el Museo del Prado. El estallido de la guerra civil le cogió realizando una copia de una obra de Velázquez. Como a casi todo el mundo, su vida dio un giro, siendo alistado para combatir en el frente. Ignacio Gil, apolítico y desinteresado por todo lo que no fuese pintar, decidió incorporarse a enfermería, y así evitar coger un fusil y a ratos poder seguir pintando. Cómo él mismo dijo en una ocasión: “lo importante era no disparar un solo tiro; no morir ni matar, prefería pintar”. Debido a su buena relación con Mariano Benlliure, sus dibujos y pinturas impresionaron a algunos generales republicanos, siendo a partir de entonces su batalla diaria los lienzos y el pincel para retratar a los altos mandos de la república. Al finalizar la guerra en la comandancia sanitaria de Jaén, tras la huida en masa del resto, el general Cabanellas y su Estado Mayor; sorprendieron a Ignacio Gil—sodadito raso—como máxima autoridad militar del lugar. Nuestro genio, como no, estaba dibujando.
Cuando el general Cabanellas observó los dibujos y bocetos preparatorios de los retratos de los generales republicanos enemigos (Mangala, Miajas, Cardenal), Ignacio Gil visualizó en su mente su inmediato fusilamiento. Pero la fortuna estuvo otra vez de su lado. El general, impresionado por su calidad artística, lejos de sentenciarlo a muerte, le encargó retratar a todos los generales del bando nacional; hecho que finalmente no sucedió pero que le sirvió para obtener un salvoconducto y poder regresar a su Barcelona natal para dedicarse a lo único que realmente le importaba, el oficio de pintar.

Tras la contienda Ignacio Gil descubrió Baleares. Personas próximas le informaron que el archipiélago balear era un lugar idóneo para la venta de obras gracias al turismo. Sin embargo, en plena postguerra, pocos visitantes se dejaban ver en unas tierras sumidas en la miseria. Pero la fortuna se alió de nuevo con él. Un importante industrial mallorquín—el Sr. Alcover—impresionado por su técnica y su estilo, lo contrató para decorar su gran mansión con sus obras. Durante más de seis meses trabajó sin descanso para cubrir el palacete con sus lienzos, tiempo suficiente para enamorse de Mallorca e Ibiza. La magia de la luz nítida y el cromatismo de sus paisajes harían mella en el pintor a lo largo de toda su vida.

En ese mismo año (1940), el director de Galerías Costa, tras ver su obra, le propuso una exposición en Palma de Mallorca. El éxito fue rotundo, tanto en ventas; como de crítica. A través del Sr. Costa, Ignacio Gil conocería al director de las Galerías Augusta de Barcelona y a partir de una primera exposición en ese mismo año, se sucederían anualmente hasta la muerte del pintor.

Ignacio Gil fue un ejemplo de lealtad absoluta al arte. Ni su temprano éxito ni su prematuro reconocimiento lo desviaron jamás de su objetivo. Sus telas llevan la pasión y las emociones del paisaje y sus habitantes. Ha integrado como pocos la figura humana con su entorno. Las costumbres, las tradiciones, las celebraciones y también las labores cotidianas emergen tras una pincelada vívida que se traduce en movimiento de sus actores. Las moradas blancas de Ibiza con el contraste de su cielo nítido y su calmado mar, parecen deseosas de salir de la obra. Aunque Ibiza fuese su paraíso particular, Ignacio Gil, en su ansia de ver y conocer para luego plasmarlo en sus telas, fue un viajero incansable. Recorrió buena parte de África y Oriente, ofreciendo sus lienzos honesto testimonio de ello. Cualquier motivo ha representado un tema, un motivo para crear; y no sólo para expresar lo que percibe a través de su docta mirada escrutadora, sino para transformar la realidad en algo distinto, que sólo él es capaz de advertir. En una conocida entrevista, el propio artista lo expresó a la perfección:

“Hacer un cuadro realista no es hacer una fotografía; el cuadro es una interpretación, debe serlo. Un cuadro no es sólo una cuestión de habilidad, de técnica. No es suficiente con pintar la realidad; el arte tiene que ser interpretación, no copia. Es mostrar realidad bajo nuevas formas; en mi pintura trato de dejar constancia de lo que veo, pero no como copia sino como interpretación. Un cuadro lleva, o debe llevar, siempre una gran carga de la sensibilidad del que lo pinta”.

Aunque la suerte estuvo muchas veces de su parte, la vida de Ignacio Gil fue una vida dedicada a su trabajo. Nació artista; pudo haberse dedicado tanto al canto—gracias a su voz de tenor y a la influencia de la hija de Santiago Rusiñol—como a la poesía, pero la pintura le cautivó desde muy niño y perseveró en su disciplina hasta el fin de sus días.
Fue un artista audaz y valiente que jamás temió a los retos. Se arriesgó a pintar los interiores de la catedral de Ibiza por encargo del Obispado y lo logró con éxito rotundo. Plantó su caballete en rincones de África en tiempos de conflicto y jamás se arredró ante nada, yendo siempre a la búsqueda de nuevos motivos para sus obras..

En su dilatada trayectoria obtuvo importantes premios, medallas y menciones, y a excepción de Oceanía, expuso en todos los continentes. Realizó exposiciones de forma asidua en las prestigiosas Galerías Costa (Palma de Mallorca), Galerías Augusta (Barcelona), Galería Cézanne (Cannes), Salón Cano (Madrid), y Lars Laine Gallerie en Palm Springs, California (USA), entre otras.

Ignacio Gil murió a los noventa años de la misma forma en que vivió, pintando y dibujando una vida que le pareció maravillosa.

Damián Verger Garau. Perito Judicial en Antigüedades y obras de Arte y Crítico de Arte