El artista Andreu Maimó

Hay personas a las que la vida les sonríe desde el principio, y otras que tienen que ganarse cada cosa empleando la fuerza, la tenacidad, los conocimientos y el talento que pueden reunir a lo largo de los años. Si lo trasladamos a la práctica del arte, todo se complica un poco más, porque las habilidades y la inventiva pueden jugar un papel decisivo, para bien o para mal, en la carrera de un artista. 

El artista del que ahora quiero hablar es de los que lo han conseguido todo gracias a una obstinación invencible. Pero no quisiera que el verbo ganar, que acabo de emplear, sea entendido en la acepción que más parece interesar en el mundo actual, el mundo del arte en primer lugar. La ganancia de Andreu Maimó es de otra categoría, podríamos decir que es la conquista y la puesta en valor de sus cualidades de gran artista, que durante un tiempo se le habían resistido. Muchos otros, en una situación similar, han abandonado las herramientas del arte y nunca sabremos si llevaban o no un artista escondido detrás del alma. Andreu Maimó, que desde muy joven se dedicó a dominar el oficio -los oficios-, tuvo que comprender que para ser artista es menester algo más que saber pintar, hacer cerámica, escultura, grabado, litografía, xilografía…

A veces, las cosas ganadas con esfuerzo se nos presentan con una profunda sencillez. Así son las obras de Andreu Maimó, sencillas, profundas, con una capacidad inmensa de sugerirnos aquello que, por la vía de la obviedad, no nos habría conmovido. ¿Cuál es el secreto del artista? Yo diría que la clave de su arte tiene que ver con su capacidad infinita de mirar, de mirar tan intensamente las cosas que, finalmente, aparecen rodeadas de un aura metafísica -y desprendiendo a menudo unos ecos dramáticos que se nos manifiestan como una voz en off. Ha pintado cepas que nos hablan de la tragedia del desarraigo cruzando de principio a fin toda una vida. Frutas en proceso de descomposición que aluden al paso del tiempo (sin las grandilocuencias que pretenden ocultar los tópicos propios del ramo); y bien cerca de las uvas de mesa o para vino aparecen las raspas, con la misma nobleza que su propio pasado de sabores y aromas. Andreu Maimó: la claridad de su mirada poetiza todas las cosas. Sobre lienzo, en cerámica, en escultura, en obra gráfica -verdaderamente digna de ser contemplada y coleccionada-, el mundo del artista se va desarrollando en una tensa quietud, en una atmósfera donde todas las cosas se dejan inundar por su luz y serenamente palpitan. El lector me tiene que permitir la frivolidad -toda clasificación en arte es una frivolidad- de decir que la obra de Andreu Maimó ha sido, para mí, uno de los descubrimientos más importantes de los últimos años. Y me gusta pensar que ahora mucha gente podrá acercarse al mundo de este artista y hacerlo suyo de pensamiento.

Guillem Frontera
ÚLTIMA HORA 2008