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José Roberto Torrent Prats: El legado de un genio
Investigadores, críticos, historiadores del arte lo han calificado «el pintor de Menorca» Se presentó y se dio a conocer fuera de la isla como el pintor de Menorca, no tanto en el sentido de ser considerado el pintor representativo de la isla, sino por haberse convertido para los estetas en el cantor, el poeta de la isla que le vio nacer. El profano al contemplar un cuadro firmado por Torrent se preguntará seguramente: ¿Cual Menorca? El cuadro le responderá con otra pregunta: ¿Qué se plantea ante un cuadro?
Torrent, ciudadelano de pro, nació en Ciutadella el 8 de septiembre de 1904. Se asomó a Mallorca, respiró el aire de París y la costa cantábrica, se perdió por senderos con sabor menorquín en La Florida; pero vivió en Ciutadella, sin propasar los límites del municipio de Ciutadella más allá de la “Costa Nova”.
La trayectoria vital de Torrent abarca por entero el siglo veinte; pero Torrent, pintor, no nacería hasta mediados de siglo, pues la suya fue una vocación tardía; pero, ¡cuan fecunda y copiosa!
Torrent no pintaba lo que veían sus ojos, plasmaba lo que sentía: no la visión huidiza, eternamente cambiante de un ambiente, sino la reflexión ponderada, madurada, que le inspiraba la contemplación de una escena, de un paisaje. Su percepción no pertenece a ningún instante determinado de la historia, sino que los representan a todos; son una historia concluida y pueden iluminar cualquier momento de aquélla. En sus cuadros, el paisaje menorquín se impregna de una rara y ancestral huella a través de una mejor percepción monocromática, a veces hostil, que imprimirá carácter a su producción durante décadas. Su original interpretación de los cercados, de los paredones de piedra, de los toscos portillos de acebuche, al definir Menorca con trazo insólito, con el contrapunto de extraños dolorosamente desnudos, como horcas clavadas furiosamente en el suelo, sustituyendo a las cabelleras apretadas y oscuras de los pinares y de los olivos menorquines, mesuran la fuerte personalidad del pintor.
Los elementos que definen esta abstracción paisajística menorquina son una traducción de su propio lenguaje. Interpretar un lenguaje significa hacer una lectura, porque, en efecto, ante los cuadros el espectador se siente empujado no solo a contemplar, sino a leer, a descifrar lo que Torrent quiere expresar.
Observador, curioso, como cualquier artista que precisa explorar para enriquecer su lenguaje, Torrent marchó a París. La estancia en la capital europea del arte y la confrontación con las técnicas y vertientes más actuales, produjeron una profunda convulsión en las ideas estéticas de Torrent. Pero más que aquellas nuevas escuelas, a menudo modas pasajeras, fue el descubrimiento del color como elemento esencial de la pintura impresionista y de las tendencias que surgieron a partir de aquella, lo que marcó las pautas que seguiría nuestro pintor. El puntillismo, Van Gogh, Utrillo, serían evocados en sus telas de la época de París. Su obra comenzaría a despertar general interés y asombro. Asombro por la unidad de estilo el hechizo indefinible de la paleta, la riqueza de los temas, el sentido del ritmo, el dinamismo de los cuadros, dinamismo, como resultado lógico de la compenetración de línea y color.
A finales de 1964 recorrió la costa cantábrica. Cada salida de la isla aporta, además de nuevas experiencias, una nueva interpretación de color y dibujo. Las perspectivas no llegan a ser descubiertas, sino sólo intuidas. La técnica de los colores planos, los paisajes contemplados desde ángulos muy pronunciados, sin apenas horizontes visibles, la ausencia de sombras (no se acordaba de pintarlas, solía responder cuando alguien le hacía notar aquella anomalía), la eliminación del claroscuro, se imponen en la retina del espectador de forma agresiva. La superposición de colores crea una sensación de profundidad que el dibujo no proporciona.
Torrent solía aclarar que un modelo, ya fuera una figura, o un paisaje, era sólo una pauta, no una finalidad.
El pintor fundamenta su pintura en una imagen visual muy directa de lo que percibe. En el fondo de su excepcional integridad, demuestra una pureza de juicio que le permite plasmar la realidad que ve: es decir, de su realidad traducida por él, transformada a través de su realidad interior, para crear un arte cromático en el que cada mancha de color nace de la rica experiencia visual vivida.
La idea de amplitud que Torrent pretende rodear en cada lienzo, exige un alto grado de concentración. De un extremo a otro de la tela, el cuadro emite una extraordinaria sensación cromática, como en los antiguos mosaicos bizantinos, colores por doquier, tonalidades que se fijan, se mezclan, se funden en las líneas y aquella confusión se convierte en objetos llenos de vida: colinas, senderos, muros, árboles. Como si de una composición orquestal se tratara, cada mancha de color da su sonido, interpreta su frase melódica, personaliza su timbre. Cuando la vista abarca todos los colores, es como si la orquesta atacara su música acordada. Ya no es una nota, una frase, un timbre, sino una única armonía. Y como en una obra musical, la creación de Torrent se despliega en una sucesión de ritmos, perfiles sinuosos, escalas cromáticas que no pretenden conducir hacia un único punto de fuga según la norma, sino que el espectador pueda ver más allá.
El hombre, fugitivo perseguido por el tiempo, que se transforma en cada instante de la vida, que desde el nacimiento hasta la muerte se ve arrastrado por la constante evolución de sus sentimientos, de sus ideas, de su ser físico y moral, peatón a lo que la vida no le permite detenerse nunca, vive para crearse la ilusión de lo definitivo, de lo inmutable, trabaja sin reposo para establecer algo sólido: creencias y monumentos. El hombre, ser transitorio, tiene la vista puesta en la eternidad; el hombre, ser relativo, no deja de soñar con lo absoluto; dentro de la inexorable disolución de las cosas lucha por dejar poso, algo perdurable, la obra que lo ate al espejismo de la muerte vencida.
Por eso Torrent pintaba, pintaba sin reposo. Y cada vez su pintura expresaba más esa necesidad de afirmarse como vínculo entre el tránsito efímero del hombre por la vida y permanencia de su obra.
Poco a poco desaparecen los elementos accesorios. Las composiciones se convierten en geométricas, definidas por la cuadricula de piedras sobrepuestas, escuetamente esbozadas. No hay vegetación, ni verdes, sino la desnudez de una tierra vacía, como cargada de heridas, en conexión con las descripciones de aquella Menorca surrealista que describió con palabra de maestro, el autor de “Piedras y viento”, Mario Verdaguer.
La madurez de su arte fue al compás de su vida, una vida en la que sonaron muchas cuerdas, con sonidos muy diversos. En el cajón de sastre de su estudio quedaron entre sus pinturas, los diarios, los libros, los papeles, las medallas y galardones que jalonaron su trayectoria.
Una trayectoria creativa de rasgos sorprendentes, signos extraños. ¿El humor, la vis cómica que sabía captar tan rápidamente en cualquier circunstancia o momento, eran una expresión de la paz interior del pintor Torrent, o fueron una defensa, una coraza para evitar que los demás no pudieran mirar en su interior?
Su vida fue una serie de anécdotas entrañables. Pero…
¿Dónde, cuándo fue Torrent verdaderamente sincero, absolutamente sincero?
Creo honestamente, que en su vida, con su pintura. Los hombres de creación siempre se han manifestado consciente o inconscientemente a través de su creación.
¿Qué aprendemos al contemplar un cuadro de Torrent? ¿Cuál es el mensaje que se esconde? Porque en su obra, en toda la rica diversidad de las diversas épocas pictóricas hay constantes, quizás temporalmente abandonadas, enmascaradas, sustituidas, pero nunca olvidadas.
¿Eran en verdad ricos, explosivos, gloriosos sus paisajes, tal y como algunos críticos han interpretado?
¿No serían quizás una visión atormentada la que nos presentaba Torrent al retratar con amarillos rabiosos, marrones patéticos o azules absurdos un rincón de la isla? En él, la propia placidez del mar, las transparencias alcanzadas con admirable sencillez, toman un cariz dramático.
¿Por qué no describió nunca las cabelleras frondosas, lujuriantes de nuestros pinares?
¿En qué modelo de la naturaleza se inspiró para torturar les “tanques” menorquinas, los cercados nunca verdes, con aquellos árboles —jeroglífico, esquema, abstracción— que golpean el paisaje con angustioso desamparo?
¿Y por qué aquellas figuras humanas, a veces acentuadas y definidas, otras disueltas y fundidas en el contexto, que solas o en grupo, pero siempre dolorosamente solitarias, puntuaron su producción?
En las obras de su última época estas figuras se convierten en obsesivas y a pesar ser casi imperceptibles en algunos casos, se apoderan del cuadro como protagonistas indiscutibles. Tan poderosa es la fuerza que transmiten.
¿Acaso la soledad es el estado natural del hombre? Quizás fuera ese el mensaje latente, el secreto dolorosamente escondido por aquel hombre afable y sencillo, sonriente y humilde, que decía:
A quien debo agradecer, sino a Aquel que todo lo puede, que los demás hayan visto en mi obra, mucho más de lo que he visto yo? ¿Cómo puedo presentarme ante un público que siempre espera de mí, cosas a las que nunca podré llegar?
Josep Robert Torrent murió en Ciutadella el 13 de noviembre de 1990 a la edad de ochenta y seis años.
Gabriel Julià Seguí