Pedro de la Felipa o la perpetua belleza del paisaje

Unos días atrás hablamos por teléfono de su selección para la próxima exposición en el Kairoi Art Digital Museum y quedamos en vernos para entrevistarle en su estudio en la localidad de Sant Jordi. En el trayecto se notaba el espeso tráfico de verano cerca del aeropuerto de Palma, los aviones que van y vienen y te pasan a pocos metros por encima del coche. Unos minutos después Francisca y yo, llegábamos a nuestro destino para encontrarnos con un espacio amplio y fresco a pesar de que la temperatura exterior superaba los 35 grados.

Pues este es mi refugio, con mis pinceles, mis pinturas, mis caballetes, aquí paso parte de mis días. Cuando vine a este local albergaba dudas por la distancia hasta Palma, pero es cosa de unos minutos y ahora me siento satisfecho de quedarme con este local. Es muy tranquilo y confortable.

Nace en 1949, en Huéscar Granada, ese año comenzaría en sábado y ocurrieron cosas como las siguientes: en Chile se promulga la ley que permitirá votar a las mujeres, Truman juraba su segundo mandato como presidente de EEUU, en Barcelona eran fusilados cuatro miembros del PSUC, en Washington DC se creaba la OTAN, Eire abandonaba la Comunidad Británica y pasaba a convertirse en la República de Irlanda, en Alemania se fundaba Adidas, un tifón causaba 975 muertos y 20.000 heridos en Filipinas, una emisora transmitía en Quito la versión radiofónica de Orson Welles de La guerra de los mundos y causaba el mismo pánico que diez años atrás en Nueva York, se publicaban; 1984 de George Orwell, El tercer hombre de Greene, La muerte de un viajante de Miller, El Aleph de Borges y El reino de este mundo de Carpentier, a los cines llegaba; El manantial de King Vidor, Mujercitas de Mervyn Leroy, La costilla de Adán de George Cukor, Duelo silencioso de Akira Kurosawa y Un día en Nueva York de Stanley Donen y Gene Kelly, nacían Niki Lauda y Joaquín Sabina y los amantes del arte admirarían; Leda atómica de Dalí y Cabeza VI de Francis Bacon, se fundaban los Almacenes Arias con sede en Madrid, se inauguraba en Cádiz el Teatro de Andalucía, el rey Abdallah I de Jordania visitaba Granada y en un bando municipal el alcalde pedía al vecindario que engalanasen sus casas con banderas y gallardetes de España y se sumasen al recibimiento. Era 1949.

Usted empezó a pintar siendo muy jovencito…

Tendría unos nueve años. Había una escuela de arte en el pueblo y tuve la suerte de encontrar a un buen profesor. Esta persona fue la que más me animó. Cuando salía del colegio por la tarde me iba a casa, merendaba y marchaba a las clases de dibujo. Lo que peor llevaba era el frió, cada rato teníamos que parar porque las manos se entumecían y rodeábamos una estufa de serrín. Habitualmente éramos tres fijos, otros venían de vez en cuando. Posteriormente, mi profesor sería Manuel Santaella, un hombre elegante de manos blancas que para corregir se colocaba detrás del alumno y susurraba al oído como si fuera la conciencia quien te aconsejaba. Siempre agradeceré sus enseñanzas.

Se presentó a un primer concurso

Tendría catorce años cuando Manuel Santaella me sugirió participar en un concurso provincial de pintura. Me habían regalado unos pinceles y unos tubos de pintura y me presenté con mi primer cuadro al óleo, un bodegón con una cara de escayola, unas flores y un fondo de paisaje. Gané el primer premio y eso me estimuló para seguir.

El premio estaba organizado por la Casa de América y dotado con 2.000 pesetas, era mucho dinero en 1969. Confesaré que nunca me pagaron.

Y ya que estamos escarbando en su memoria, hubo otro episodio…

El día en que hice mi primer dibujo con carboncillo sobre un papel de estraza, lo que más deseaba era enseñárselo a mi madre. Salí de la escuela y corrí tanto que me di un porrazo impresionante, me caí sobre mis lápices que se rompieron, me salía sangre de las rodillas pero a mí solo me importaba que mi madre viese aquella “obra de arte”. Me levanté dolorido y me puse a correr de nuevo.

¿Por qué de la Felipa?

Adopté ese mote por mi madre. Allí en mi pueblo existe esa costumbre.

Pedro Fernández Romero, hijo de Paco, campesino y de Felipa dedicada a las labores de casa, los dos naturales de Huéscar.

Su padre murió con solo 38 años, su madre quedó viuda con 37 en plena postguerra y con cuatro hijos por criar; Loli, Rita, Paco y Pedro.

Mi madre decía; no me ha dado tiempo ni a llorar. Al día siguiente del entierro ya solo pensaba en trabajar para sacar adelante el futuro de sus cuatro hijos.

Hagamos retroceder la máquina del tiempo y nos situamos en sus primeros años…

A la edad de dos años y medio un tío mío se ofreció a mi madre a ayudarla, llevándome con él y con su mujer una temporada. Era Guardia Civil y lo destinaron a Mieres, Asturias y para allá marché, después a Madrid. Con el tiempo, mi tío propuso una adopción a mi madre, cosa que no aceptó y regresé a mi casa con seis años.

Mi madre era de las pocas personas que sabía escribir y por tanto la gente la buscaba para que les redactase la correspondencia. En ocasiones se sentaba con otra mujer en la camilla y comenzaba la redacción. Me resultaba curioso que quienes guardaban luto, tenían sobres con reborde negro y los llamaban carta con luto.

Su abuelo murió y hubo un acontecimiento en el pueblo, cuando le entregaron la medalla al mérito del trabajo.

El abuelo había trabajado como administrador del barón propietario de casi todas las tierras del pueblo. Alguna vez fui a visitarle, recuerdo el olor a cuero de su sillón, su lápiz doble de color azul y rojo, especial para los libros de contabilidad, vestido con su chaleco del que sacaba una peseta del bolsillo lateral, con la que me compraba un helado y aún me sobraba para otros caprichos.

Una vez con mi madre visitamos al barón para que viera mis dibujos, con la intención de que si le parecía oportuno nos ayudase para inscribirme en Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid.

¿Y fue posible?

El requisito indispensable era aprobar el bachiller, así que me puse a estudiar hasta conseguirlo. Preparamos toda la documentación requerida y a punto de entregarla, justo esa semana murió mi madre, yo solo tenía 17 años era 1966 y la ilusión se truncó.

Nos cuenta que en clase no pasó de ser un estudiante con notas de aprobado y que solo pensaba en pintar.

Tras la muerte de su madre vive unos meses con una hermana, pero sabe que así no puede, ni debe continuar y se va a Mallorca.

Mi hermano que había estado en la isla decía que el trabajo era abundante para todo el que quisiera ganarse la vida. En abril de 1968 hice las maletas y aterricé en el Aeropuerto de Son Sant Joan, llevaba encima unas 4.000 pesetas.

Rápidamente encontré un empleo como conserje de noche en el hotel Eva María de Cala Mayor. El contraste para aquel adolescente fue impactante. Aquellas mujeres rubias, de ojos azules y sensuales solo las había visto en alguna revista.

Me hipnotizó la zona de casas señoriales, el lujo del Hotel Nixe, era otra Mallorca.

¿Cómo transcurrieron esos días de adaptación, lejos del hogar?

No fue difícil. Por las noches durante el turno solía aprovechar para dibujar. Conocí a un pintor americano de origen polaco Joseph Difler que alquiló una casa cerca y un día vino al hotel, vio mis dibujos y me invitó a visitarle. Mi vida con 19 años se convirtió en un ir del trabajo a hacer una siesta, al estudio de Joseph, luego al trabajo y así era mi rutina diaria.

Más adelante, un matrimonio judío sin hijos que se hospedaba en el hotel, también se interesaron por mis dibujos. Me ofrecieron ir a Inglaterra a perfeccionar, a condición de que mientras estudiaba les dejase mis pinturas pero pasó un tiempo y cuando me decidí, se encontraban en Andorra donde tenían casa y también negocios en Costa Brava.

Al final dejé el hotel para instalarme en Lloret de Mar en uno de sus apartamentos, pronto agoté mi dinero y les pedí trabajo. Me colocaron en uno de sus restaurantes.

Estuvo un tiempo allí, no era lo que esperaba y regresa a Palma recuperando su conserjería, hasta que en 1971 le llaman a filas…

Me podía tocar África, marina, la caja de reclutas de baleares, o Palma 47, al final fue esta última y estando allí me destinaron al Mando de Operaciones Especiales del Ejército de Tierra español, “los boinas verdes”.

Acaba el servicio militar en 1972 y le contrata una compañía de seguros. Abandona totalmente la pintura y se dedica por completo al trabajo.

A los 26 años contraje matrimonio con María Antonia Tous de Manacor. No me quedaba tiempo para pintar, mi trabajo y tres hijos; Marcos, Marta y Carmen me ocupaban el día entero y solo pensaba en el futuro. Quería darles las oportunidades que no tuve y luche por ello. Hoy me siento orgulloso de los tres, reconozco su esfuerzo y su capacidad de sacrificio.

Mi última etapa la pasé en Mapfre con cargos de cierta responsabilidad hasta 1998. Posteriormente pasé una época con temas inmobiliarios y la cosa se fastidió por una defectuosa inversión, luego llegó la crisis.

Nunca me rendí y pronto me olvidé de aquel percance.

Un día se entera de que el pintor Pascual de Cabo está en Huéscar con la intención de instalarse ahí y Pedro aprovecha la ocasión para viajar a su pueblo y conocer a un artista al que admiraba.

Hicimos buenas migas y nació una relación amistosa. Gracias a ese encuentro retomé los pinceles. Durante unos años fui a su estudio de Palma y compartimos largas horas charlando de pintura y de técnicas.

¿Qué sensaciones percibió al retornar a la pintura?

Infinitas emociones que se acumulaban de golpe, hasta que pasa un tiempo y te serenas. Vuelves a oler la linaza, al agua ras, como enfrentarte a una tela en blanco. Había perdido la evolución y tenía que ponerme al día, volver a entrenar era imprescindible. En esa etapa me interesé por saber sobre la Escuela pollencina, principalmente por Anglada Camarasa, Joaquín Mir y Cittadini.

¿Qué tipo de artistas incluiría entre sus elegidos?

Los que ya he comentado de la Escuela Pollencina, a la mayoría de impresionistas franceses, me conmueve Gustav Klimt y de Joan Miró admiro su dominio del equilibrio.

Me paré en la estación que indicaba; “Pintores impresionistas”. Descendí por una larga escalera y en ese recorrido pensé haberme equivocado hasta que di con una enorme puerta de madera. Al abrirla observé una agitada plaza llena de pintores con sus caballetes, pinceles, espátulas. Frente a ellos el escenario de la Serra de Tramuntana proyectado en el azul del cielo.

Claude Monet, Renoir, Pissarro y Caillebotte, filosofaban sobre el efecto de un velo transparente que se cernía sobre la luz, Anglada Camarasa dialogaba con Joaquín Mir de un elegante tono verde aceituna, Paul Cezanne pintaba a su aire sin inmutarse, un chorro de agua inexistente, sin mezclar colores en su paleta, directamente al lienzo. Pedro observaba boquiabierto el acontecimiento. Me senté a su lado y de vez en cuando susurraba en voz alta; colores puros que aplican directamente sin mezclar, utilizan el color y la luz para unificar la pintura… – así es amigo, le confirmaba Cittadini.

Permítanos conocer algo más de usted, de sus placeres…

La poesía es uno de mis placeres. De niño me gustaba tanto que un día robé en un centro de acción católica mi primer libro de poesía, titulado“las 1.000 mejores poesías de lengua castellana” y aún lo conservo, eso sí, sin tapas. Me apasiona el dominó, de hecho he escrito un libro sobre este juego de mesa, soy aficionado al fútbol, ciclismo, juego al golf y siempre que puedo voy de visita a museos de arte, me emociono en el Prado, pero también he visitado el Princesa Sofía, el Thyssen, varios Museos en Bruselas, el Van Gogh en Holanda, el Palacio Belvedere en Austria, etc. etc.

¿En su pinacoteca, tiene obras de otros artistas?

Tengo algunas cosas que he ido coleccionando y a una le tengo un aprecio especial, pertenece a un pintor belga llamado Vergburgh.

Médard Vergburgh fue un pintor nacido en Bruselas en 1886 y que falleció en 1957. Dedicó gran parte de su obra al paisaje. Residió en Mallorca desde 1933 hasta 1948 realizando sus mejores lienzos en la isla. Fue amigo de Anglada Camarasa y de Tito Cittadini y su obra ha sido expuesta en diferentes espacios de Palma, como por ejemplo en Es Baluard Museo de Arte Contemporáneo.

Dígame por este orden; Gustos en cine, en literatura y en gastronomía.

Películas: Bienvenido Mr. Marshal, El Padrino y Los santos inocentes.

Libro: El Quijote

Gastronomía: Platos de cuchara.

Un acontecimiento relevante a lo largo de su vida.

La llegada del hombre a la luna en julio de 1969. Insuperable.

Es obvio que hacer uso de las redes sociales, estar en plataformas digitales es habitual en nuestro día a día y uno no debe quedarse atrás. ¿Qué destacaría de su participación en Kairoi Art Digital Museum con ese homenaje a la Serra de Tramuntana?

Para la divulgación de nuestro trabajo es imprescindible contar con los soportes digitales o con internet y Kairoi Art me ofrece la posibilidad a través de su espacio de llevar mis obras a un extenso público.

En este caso, esta es mi aportación a un reconocimiento que también han hecho muchos artistas a un espacio único, Patrimonio de la Humanidad.

(A continuación un fragmento del texto del artista para la exposición)

…Conozco bien la Serra de Tramuntana desde Andratx hasta Formentor, lo he caminado, lo he sentido, lo he olido, lo he vivido, he recibido la brisa y el fuerte viento de sus alturas; he visto amaneceres en sus atalayas, he culminado sus cimas, he bajado sus torrentes, he penetrado en sus cuevas, me he asomado a sus acantilados, me he perdido por senderos y atajos, y así, paso a paso…

Esta exposición permanecerá hasta el día 9 de julio y este es el enlace:

¿Cómo definiría su vena artística?

Pretendo ser honesto con mi pintura, no quiero tener prisa para acabar un lienzo, lo hago por pasión, por emoción, por tanto no cabe ningún otro interés que no sea vocacional. Cuando recuperé mi vieja afición me di cuenta de que siempre permaneció en mi interior. Ahora la experiencia es determinante. Estoy satisfecho de sentir la misma la ilusión que el día que finalicé mi primer dibujo. Sigo pintando y creyendo en perfeccionar continuamente, sentir la tensión y volcarme en cada nueva pieza.

Un día más habíamos avanzado en nuestro propósito. Pedro nos ofrecía bebidas frescas y un aperitivo y nos obsequiaba con unas láminas de sus bucólicos paisajes. Francisca repasó las imágenes memorizadas en su cámara, yo di una última mirada al lugar y recogí mis bártulos.

Texto: Xisco Barceló

Fotografías: Francisca R Sampol