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LLORENÇ GUAL: EL SINUOSO CAMINO A LA EXCELENCIA.
Escribir acerca del arte no es tarea fácil; y explayarse en críticas cuya finalidad no sea otra que aproximarse de una forma objetiva al resultado de la obra del artista, resulta todavía más complejo. Entre otras cosas porque el arte en sí, es un cúmulo de emociones, sensaciones, pasiones, sentimientos; y en último término lo que nos expresa el autor a través de lo que percibe, con su visión, su técnica y su alma. Y si además el artista es un amigo en el que has observado su evolución y trayectoria a lo largo de los años, es un honor pero también supone una mayor responsabilidad.
En cualquier disciplina—sea o no artística—para destacar y marcar una pauta sólida y diferenciadora, se precisa de voluntad, esfuerzo, disciplina, perseverancia, y sobre todo de una gran pasión que te ilusione día a día en tu proyecto o labor. En el caso de un artista se requiere un ingrediente más: haber ingerido el elixir mágico de una creatividad inusitada que los dioses otorgan a unos pocos elegidos.
LLorenç Gual, ya convertido en maestro del dibujo, la acuarela y el pastel, es sin duda uno de los privilegiados de ese bello Olimpo del arte. Nació con ese don y ha permanecido fiel y perseverante en su objetivo: evolucionar hacia lograr la excelencia. Su trayecto—como el de muchos—no ha sido un camino de rosas. Su dilatada etapa bancaria no siempre resultó el mejor aliado para un artista en esencia. Lo recuerdo en alguna de las oficinas por las que dejó grata huella y cariñosos recuerdos, dibujando a lápiz paisajes y rincones de nuestra isla en un desdeñado papel, con gran soltura y acierto.
A pesar de haber logrado lo que se hubiese propuesto de forma autodidacta, Llorenç Gual optó por el sendero más difícil y de menor reconocimiento del gran público en cuanto a éxitos se refiere. Explotó su potencial innato sin tregua. Se centró en el dibujo a carbón lápiz hasta alcanzar la perfección—como hicieron los pintores clásicos—para luego adentrarse en las difíciles técnicas de la acuarela y el pastel, del que en la actualidad es sin duda alguna un referente.
Desde hace décadas—y para la desgracia de los que vivimos día a día ese apasionante universo del arte—la mayoría de artistas plásticos eluden buena parte de una imprescindible formación para saltar al espectáculo mediático manchando telas y congratulándose de la trivialidad de las ocurrencias.
Llorenç Gual, con esfuerzo, sacrificio y ávido de constante autosuperación, siendo fiel a sus principios y a lo que le dictaba su interior, ha permanecido en la senda correcta, la que distingue a los grandes del resto. En su infancia ya dibujaba y garabateaba como ninguno en su colegio y desde entonces no ha parado jamás. Recibió las primeras lecciones de dibujo y pintura de su propio padre; posteriormente acompañaría en sus excursiones pictóricas a “plein air” al gran artista del postimpresionismo mallorquín: D. Ramón Nadal, y también al prolífico Toni Rovira, en los senderos escarbados de Pollensa y Formentor. Fue alumno destacado del gran maestro Joaquín Torrents Lladó en la “Escuela Libre del Mediterráneo” hasta su prematuro fallecimiento, y siguió perfeccionando su técnica en la Academia “Pascual de Cabo”.
Las técnicas utilizadas por Llorenç Gual se perfilan en línea con su personalidad. Sus dibujos al carbón son sensacionales; el negro de la barra y el lápiz sobre un fondo blanco de papel en sus manos se transforman en un vívido y frondoso paisaje mediterráneo. Sus acuarelas, que no permiten la más nimia rectificación rebosan de una perfecta armonía cromática; y sus pasteles, en los que se percibe que el artista lo ha dado todo, sin duda su mayor sello de identidad. La sensibilidad con la que trata sus paisajes—tanto de interior como costeros—merece un análisis y también la mayor admiración. Impone un tenue juego de luz y sombras en todas sus obras. No sólo se aplica en pos de la perfección, sino que siente y plasma el alma de sus paisajes que emergen con toda su intensidad bajo el tamizado velo de la calima.
A “plein air” y con la soledad del papel en blanco y un estuche de colores, Llorenç Gual atraviesa Mallorca de punta a punta en busca del motivo que más le ilusione: puede ser una conocida cala, la calle de un pueblo o una casa en ruïnas; el resultado de la obra será siempre una creación colmada de hermosura y delicadeza.
El maestro Llorenç, optó desde un comienzo por los derroteros más árduos y el recorrido que impone la distancia más lejana. Un gran artista es inconformista. No le complace apalancarse en la cómoda posición del pintor de oficio. Ni tampoco busca el éxito y el reconocimiento a corto plazo. Los grandes creadores cuecen su maestría a fuego lento y con diligencia.
El paso del tiempo es a veces ingrato, no reconoce los méritos a quien debiera y con desdén apea al ovido de forma injusta a prestigiosos artistas. También a veces pone a muchos en el lugar que les corresponde. Llorenç Gual se ha forjado como artista en una trayectoria impecable mediante la constancia del trabajo, una permanente autosuperación y su amor incondicional por las cosas bellas.
Damián Verger Garau
Perito Judicial en obras de Arte y Antigüedades y Crítico de Arte